jueves, 25 de noviembre de 2010

ella

Le esperó en la parada de el metro. Él como siempre, llegó tarde y a ella, como siempre, no le importó. Al verle llegar se le ensanchó el corazón y se lo demostró regalándole su mejor sonrisa, espontánea, sincera, natural, aunque quizá depende de la situación parece que es forzosa, falsa y superficial al ser tan exagerada, pero le salía así. Los pómulos se le subían al sonreír y se le cerraban los ojos que se le achinaban. Ella enseguida lo abordó con la lista de cosas que había pensado y que tenía que hacer. Empezaron a caminar, ella lo seguía a él, todavía no conocía la ciudad. Mientras, no pararon de hablar, primero él le contó sus cosas, novedades, preocupaciones, reflexiones. Ella lo miraba y escuchaba con atención y de vez en cuando intervenía, pero intentaba interrumpirlo lo menos posible, sabía que luego sería ella la que no pararía de hablar. Tenía la costumbre de decir todo lo que pensaba a medida que se le ocurría en la mente, por eso hablaba a una velocidad vertiginosa que a veces le hacía confundir palabras, no vocalizar bien o olvidarse totalmente de lo que estaba diciendo, lo que quería decir o a dónde quería llegar a parar, además de ir saltando de tema en tema aparentemente sin coherencia entre sí y interrumpir constantemente a la otra persona, cuando se le daba rienda suelta y vía libre. Le gustaba mucho quedar con él, se sentía muy a gusto a su lado, podían hablar de cualquier cosa, bromeaban, reían, pero también eran capaces de ponerse serios cuando tocaba y de quitarle hierro al asunto cuando convenía. Disfrutaba mucho de su compañía y parece ser que a él también le pasaba lo mismo. Caminaron y caminaron, hablaron, rieron, se miraron, se abrazaron, sonrisas, se sentaron, al final no hicieron nada de lo que ella había pensado. Bueno sí, estar juntos. Ella lo invitó a cenar aunque él no quería, pero no tenía dinero y ella quería pasar más tiempo con él, además él ya la había invitado una vez. Todavía se sorprendía delante de la capacidad de él de sacarle lo que era incapaz de contar a nadie más, aunque no sin esfuerzo, pero al final lo conseguía. Era la única persona a la que era capaz de confesar sus más profundas reflexiones, sentimientos y pensamientos. Llovió, oscureció, se hizo tarde y se hizo de noche en un abrir y cerrar de ojos, se tuvieron que separar por una cuestión externa, pero ella le hizo prometer que a la semana siguiente se volverían a ver. Se separaron en el metro y el ciclo quedó cerrado.

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